Cuando años atrás leía este hilo, me imaginaba cómo sería el día en el que me tocase a mí escribir en él. Hoy que ha llegado ese día, en cambio, no sé muy bien por dónde empezar.
No os descubro nada nuevo si os digo que no ha sido un camino fácil. Seguramente eso lo habréis visto, o lo estaréis viendo, vosotros mismos. En mi caso, he llegado a sentir la necesidad de tirar la toalla en más de una ocasión. He llegado realmente a pensar que acceder al PIR era imposible para mi, que dependía más de la suerte que del esfuerzo, que me había equivocado de camino y otros pensamientos irracionales que me han restado más que sumado, pero que creo que son inevitables en estas circunstancias y que estoy seguro que más de uno que me lea, también habrá experimentado alguna vez.
Voy a tratar de no extenderme demasiado contando mi experiencia, aunque creo que va a ser inevitable. A fin de cuentas, sólo se escribe una vez en la vida en este hilo, ¿no?
Dejaré, eso sí, el resumen de cada año en un spoiler para que el que quiera pasar un poco más de largo, no se tenga que leer toda la historia.
Nº Aciertos: 153
Nº Errores: 22
Nº en Blanco: 0
Puntuación Total: 99.99
Baremo: 8,03
Posición: 2
Nº de convocatorias: 5
Puesto estimado por las academias (si lo sabéis): 3 en el orden en la muestra (tanto en CEDE como en ESTIMAPIR). En la estimación de ESTIMAPIR, el 18 la última vez que lo miré.
¿Por qué decidisteis empezar a preparaos el PIR?, ¿cómo ha sido vuestro camino hasta llegar aquí?, ¿cuánto tiempo le habéis dedicado?
Yo escogí la carrera de Psicología con la idea ya en mente de dedicarme al ámbito clínico. Por eso, una vez graduado, no me costó mucho tomar la decisión de embarcarme en esto. Sabía que de optar por un máster, tarde o temprano acabaría pasando por el PIR igualmente, así que "¿para qué perder el tiempo?", me dije.
Cuando empecé, sabía que sería duro. Era consciente del ratio de plazas, del tiempo de dedicación que iba a requerir, de lo mucho que iba a tener que sacrificar y de que, lo más probable, era que no lo consiguiese ni a la primera, ni a la segunda. Quizá tampoco a la tercera. Tal vez nunca. Pero confiaba en mi capacidad de sacarlo adelante y, en ese momento de mi vida, me sentía lo suficientemente fuerte como para asumir el riesgo.
Recuerdo el día que me llegaron a casa los manuales de CEDE, la ilusión leyendo el testimonio de otros PIRes y la motivación con la que comencé a estudiar. Los que estudiéis con CEDE sabréis que los manuales vienen numerados y que el primero es el de Psicopatología. Sin embargo, yo decidí empezar por el de Psicología Clínica Infantil, ya que era el área que más me llamaba. Es curioso porque, ahora que me remonto a esos momentos y a lo que entonces sentía, me doy cuenta que en los años que vinieron después, apenas lo hice. No es que me olvidara de por qué estaba haciendo esto o que dejase de quererlo con la misma intensidad. De haber sido así, no hubiese pasado de la primera convocatoria. Pero con el paso del tiempo, me fui centrando tanto en lo negativo que, lamentablemente, dejé de tener presentes esa ilusión y ese entusiasmo, que me habían llevado a tomar este camino.
PRIMERA CONVOCATORIA (2015/2016)
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En mi primera convocatoria quedé en el puesto 1660 (aproximadamente). Sin embargo, salí contento de ese examen, probablemente la vez que más.
Yo no me había presentado ese año “a probar” como hace mucha gente. Cuando empecé a estudiar, era con la intención de ir a por todas desde el principio, aunque no saliese. Sin embargo, conforme fueron pasando los meses, me di cuenta de que no llegaba. No me había organizado bien. Había querido ser muy metódico, abarcarlo todo, hacerme mis propios resúmenes con cantidad de detalles... y todo eso me llevó a no completar ni siquiera una vuelta de todo el temario.
Ya en Noviembre, empecé a asumir que ese año no había nada que hacer. Así que, en los meses que me quedaban hasta el examen, me dediqué a hacer preguntas de convocatorias anteriores y a leer por encima algunos manuales que aún no había abierto, con la esperanza de que, por lo menos, me sonaran algunos conceptos.
Ese año me enfrenté al examen sin presión, pues sabía lo que había. Pese a ello, y como mencioné al principio, salí contento. ¿El motivo? Me había encontrado con un examen asequible, en el que la mayoría de las cosas por las que preguntaban me sonaban, como mínimo, de haberlas leído y que con una mejor planificación y más tiempo de estudio, podía sacar perfectamente.
Además, conseguí superar mi marca de los últimos simulacros, obteniendo 166 aciertos (si no me equivoco) y confirmando la tendencia ascendente que venía siguiendo. Para mi, todo un logro.
SEGUNDA CONVOCATORIA (2016/2017)
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Una vez vivida la experiencia del examen por primera vez, y de haber comprobado de primera mano en qué consistía, me dispuse a enfrentarme el estudio con más seguridad.
Lo primero que hice fue analizar lo que había fallado durante el año anterior para tratar de corregirlo. La conclusión a la que llegué fue que tenía que ser más práctico. Me di cuenta de que para sacar una plaza no era necesario ser una eminencia de la Psicología, ni ser una enciclopedia humana con miles de datos memorizados en la cabeza. También comprendí que, tan importante como entender los contenidos, era dominar el formato de la prueba. Seguramente, si en lugar de enfrentarnos a un examen tipo test nos colocaran frente a una prueba de desarrollo escrito o una exposición oral, la forma de prepararlo sería distinta. Por eso, me pareció vital entrenar cómo responder a preguntas tipo test. Desde mi punto de vista, tan importante como saberse las distintas escalas Weschler o los criterios diagnósticos del TOC, era saber descartar entre diferentes opciones de respuesta, cuando arriesgar a la hora de responder y, sobre todo, aprender a utilizar la información contenida en la propia pregunta.
Ser práctico, para mi, también implicaba prescindir de métodos de estudio mecánicos tipo leer, copiar, memorizar y vuelta a empezar una y otra vez. Empecé a razonar más, a relacionar conceptos de diferentes materias utilizando la lógica y a buscarle el sentido a lo que estaba estudiando. En definitiva, no solo se trataba de ser eficaz en el estudio, sino también eficiente.
El cambio de enfoque trajo consigo resultados positivos, los cuales se manifestaron, principalmente, en los simulacros. Sin embargo, pese a la clara mejoría, el ritmo de estudio seguía siendo lento (o esa era mi percepción) y de nuevo llegué al examen sin haber visto la totalidad del temario propuesto por la academia. Esto me hizo llegar con bastante inseguridad al examen, pues aunque tenía la sensación de ir más preparado que el año anterior, sentía que aún había mucha materia que se me escapaba y que todavía no tenía el nivel necesario para competir por una plaza.
Pues bien, al final, puesto 260, a 4-5 aciertos de las últimas plazas. Había mejorado 1400 puestos de golpe y, aunque no a las puertas, me había quedado en una posición bastante alta. Además, revisando los fallos, encontré que bastantes de ellos podían haber sido perfectamente evitables con los conocimientos que tenía, pudiendo haberme quedado, si no dentro, mucho más cerquita.
TERCERA CONVOCATORIA (2017/2018)
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El resultado que acababa de obtener en la última convocatoria, era una señal inequívoca de que tan mal no lo tenía que estar haciendo y que tanta duda y tanta inseguridad, eran infundadas. Conseguir una plaza era posible y no estaba lejos de mi alcance. Por eso, decidí no hacer cambios en la metodología de estudio. Seguí estudiando por mi cuenta, con los manuales que había utilizado en las convocatorias previas, e intentando abarcar cada vez un poquito más de contenido, siempre teniendo presente que era contraproducente pretender sabérselo todo.
Sin embargo, íbamos ya camino del tercer año y el desgaste emocional comenzaba a ser evidente. Yo había hecho la carrera en una ciudad diferente a la mía, tenía allí mi vida hecha, y cuando volví, fue como volver a empezar de cero, pues antes de irme, no había dejado nada aquí salvo a mi familia. Por otra parte, aunque tuve el apoyo de mis padres desde el primer momento, y me considero un privilegiado por haberme podido dedicar exclusivamente a estudiar gracias a su esfuerzo, en mi casa había otros problemas (dejémoslo ahí) que lejos de facilitarme el estudio, interferían con él. Tampoco podía plantearme ir a clases presenciales en la academia, ya que en mi ciudad ninguna tenía sede, con lo cual esa vivencia de tener compañeros durante la preparación, me la perdí. El contacto con mis amigos de la Universidad también se fue diluyendo poco a poco, en gran parte por la distancia, y todo esto me llevó a sentirme muy solo en todo este camino. En realidad, considero que ni yo supe apoyarme en mi entorno cercano, ni mi entorno supo cómo responder adecuadamente a mi situación. Al final, acabé aislándome y entrando en un bucle que me fue quitando la energía y que se convirtió en mi principal y verdadero problema durante estos años.
A pesar de todo esto, seguía convencido de lo que quería y de lo que estaba haciendo. Toda esta parte negativa aún entraba dentro de los sacrificios que podía asumir (aunque admito que antes de empezar, pensaba que iba a saber manejarla mejor). Sobrellevé lo malo como pude y saqué fuerzas para continuar en la lucha.
El examen de este año salió realmente bien. Mejoré mi puntuación en más de 10 aciertos y logré sobrepasar la barrera psicológica (que yo mismo me había auto-impuesto) de las 200 respuestas contestadas correctamente. Con una puntuación así, y con un expediente de 2,25 (con el antiguo baremo) ningún año hubiese tenido problemas para entrar. Ningún año, salvo este. Había sido un examen poco discriminativo y fácil para la mayoría de opositores, las notas subieron desorbitadamente y, al final, me tuve que conformar con el puesto 199. Puede parecer una posición lejana, dadas las 130 plazas (o así) que entonces se ofertaban, pero la realidad es que, dada la aglomeración de personas que nos encontrábamos con puntuaciones muy similares, tan sólo 1 ó 2 aciertos más me hubiesen hecho adelantar los 70 puestos que me separaban del corte. ¿Lo peor? Que había cometido un error al pasar mis respuestas a la plantilla y que, fruto de los nervios o vete a saber de qué, obvié la palabra "INCORRECTA" en el enunciado de una pregunta que indicaba precisamente que señalásemos la opción que no era correcta. Lo gracioso es que, cuando me puse a leer las alternativas de respuesta, me di cuenta de que había más de una verdadera, pero en lugar de volver a leer el enunciado detenidamente por si había pasado algo por alto, se me ocurrió pensar que la pregunta estaba mal y que la anularían sí o sí. Así que marqué una cualquiera y continué con el examen tan convencido. Podéis imaginaros mi reacción cuando llegué a casa y revisé el cuadernillo... ¡No se me olvidará jamás esa pregunta!
CUARTA CONVOCATORIA (2018/2019)
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La convocatoria anterior supuso un punto de inflexión. Por más que lo analizaba, el PIR seguía pareciéndome la mejor opción para dedicarme profesionalmente a lo que quería y a estas alturas, no podía abandonar. Pero tampoco podía seguir como hasta ahora. Mi salud física y mental no iban a soportar otro año más de encierro y de dedicación exclusiva. Empezaba a sentir que se me estaba yendo la vida en esto y mi cuerpo empezaba a pedirme otras cosas.
Necesitaba retomar mi vida, cambiar de aires, enfocar el problema desde otra perspectiva... Me puse a buscar trabajo, me inscribí en varios másters, incluso estaba dispuesto a irme a la aventura a cualquier sitio en la que encontrara una puerta abierta... Aunque sabía que me volvería a presentar a la siguiente convocatoria, me olvidé de estudiar por un tiempo y ésta, se convirtió en mi nueva prioridad.
Sin embargo, por más que intenté abrirme nuevos caminos, ninguno cuajó. No obtuve respuestas de ninguno de los sitios en los que envié mi currículum, ni siquiera para hacer una entrevista en un McDonald's. Tampoco me cogieron en los másters que solicité, pese a tener una buena media en la carrera, y el año fue pasando hasta plantarme otra vez en Septiembre.
No quedaba otra, había que retomar el PIR. Pero esta vez, lo hacía con resignación, porque me había planteando el año de una forma diferente y, al final, las circunstancias me habían llevado de nuevo a lo mismo.
Aún así, quise darle otro enfoque y aunque estaba satisfecho con la preparación que había seguido hasta entonces, decidí probar algo nuevo. Por eso me apunté al curso intensivo de APIR. Además, por primera vez, quise hacerlo de manera presencial. Sin embargo, a estas alturas, mi motivación y desgana era ya tales (fruto de la acumulación de frustraciones PIR y no-PIR) que siento que no aproveché todos los recursos que la academia puso a mi alcance. Una pena, ya que de nuevo dejé pasar la oportunidad de rodearme de compañeros y profesionales de los que hubiese podido recibir el refuerzo que necesitaba.
El examen de este año me pareció significativamente más difícil que el del año anterior. Pese a ello, no salí especialmente desanimado, ya que supuse que lo habría sido para todos y eso me hizo pensar que las notas bajarían. Con las plantillas provisionales publicadas, las estimaciones de las academias me daban puestos alrededor del 60-70 con más de 1000 registros. Había algo a lo que aferrarse. Sin embargo, llegaron las impugnaciones y, aunque la plantilla definitiva me dejó con el mismo número de aciertos y errores, la gente de mi alrededor subió una barbaridad y de nuevo, dada la aglomeración de puntuaciones, caí de golpe a puestos sobre el 130-140 en la muestra. El resultado final no varió mucho y al final me quedé otra vez ahí, a un fallo o dos y en un puesto que, con el número de plazas de este año, hubiese entrado.
QUINTA CONVOCATORIA (2019/2020)
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¿Qué se hace ahora? Esa fue la gran pregunta que me hice durante mi cuarto post-PIR. Durante varios meses me debatí entre seguir o no seguir. Seguía queriendo acceder a la especialidad, pero era tal el tiempo que llevaba invertido, que estaba comenzando a preguntarme si realmente valía la pena tanto esfuerzo. Sobre todo porque veía que estaba llegando a un punto, en el que obtener la plaza ya no solo dependía de lo mucho o poco que estudiase, sino que entraban en juego otros factores que lo hacían más o menos probable y que se escapaban de mi alcance. Estaba convencido al 100% de que si seguía intentándolo, algún año sería. No me estaba quedando en el puesto 600 o 400. Estaba ahí, en el ciento y pico ya dos años, y no había empeorado ni una vez mi resultado desde que comencé. Pero, ¿hasta cuándo estaba dispuesto a seguir intentándolo?
En el lado contrario de la balanza, si lo dejaba, ¿entonces qué? Ya había intentando abrirme hueco por otros sitios y había visto la cruda realidad del mercado laboral. Además, si tiraba la toalla, ¿para que habría servido el sacrifico de cuatro años? Creo que este último era el miedo que más me dominaba: no conseguir nunca algo a lo que le había dedicado años enteros de mi vida.
Desde la posición desde la que escribo ahora, la decisión parece fácil pero, en ese momento, la cabeza me estallaba. Al final decidí darme una última oportunidad, con el convencimiento, eso sí, de que sería la última. Por eso mismo, me dije que lo daría todo y que me enfrentaría a esta convocatoria con otra actitud. Sin embargo, otra parte de mi, estaba ya hasta el gorro (por no decir otra cosa) y se negaba a hacer nada más. Después de cuatro años, sentía que ya había hecho más que suficiente y que si una plaza tenía que ser para mi, lo tendría que ser con los conocimientos que ya tenía. Así que esa fue mi eterna lucha. Renové mi matrícula con APIR con la intención de seguir las clases y que eso me ayudara en el repaso, pero al final no acudí a ninguna. Pensé en contactar con la tutora que tenía asignada, con el fin de recibir un poco de asesoramiento, pero nunca llegué a hacerlo. No quería escuchar palabras de ánimo, ni de confianza en uno mismo, cuando mi realidad era la que era. Tampoco me apetecía hablar del PIR con nadie. Lo que era un sueño, se estaba convirtiendo en una pesadilla.
El día que sacaba fuerzas, repasaba lo que el cuerpo y la mente me dejasen. Si eran seis horas, pues seis horas; si era dos, pues dos. Si un día estaba quemado y no me apetecía tocar un libro, no lo tocaba (otra cosa es como me sentía luego por ello). Me mantuve fiel a los simulacros, eso sí, y me agarré a los buenos resultados, pese al ritmo irregular de estudio, para seguir adelante.
Los últimos meses fueron caóticos. Contra más estudiaba, más nervioso me ponía. Así que al final, lo dejaba. Sólo quería que llegara el día 25, hacer el examen y que pasara lo que tuviera que pasar.
Este año decidí ir a Madrid a examinarme, en lugar de al sitio donde lo había hecho las cuatro veces anteriores. Entré al aula tranquilo, pero una vez empecé a leer el examen, la calma se esfumó. Que si las guías de salud, que si el sistema HORYZONS, que si el peak flow meter, que si la proteína PKMN... ¿De dónde salía todo eso? En cuatro años de estudio no había oido hablar de ninguna de esas cosas. "¿Qué había estado haciendo con mi vida?", pensé. Durante unos momentos me invadió una sensación de indefensión horrible, pero respiré y me dije que no era el momento de montar ningún drama. Había que defender ese examen como fuese, así que razoné lo que pude, tiré de memoria cuando procedió y le eché imaginación al resto. Me vi muy apurado de tiempo, pues, a pesar de la reducción del número de preguntas, el aumento considerable de dificultad y la longitud de los enunciados, hicieron que tuviera que dedicar más del ideal minuto por pregunta.
A la salida del examen me esperaba mi madre. Mis primeras palabras fueron algo así como "ve haciéndote a la idea de que este año tampoco va a ser". No lloré, no me derrumbé, simplemente traté de asimilar con la mayor endereza lo que
creía que acaba de suceder. Me parecía imposible que, con el examen que acaba de hacer, pudiese sacar plaza. A ojo, calculaba que podría tener entre 20-30 fallos. Es gracioso porque clavé el rango. Sin embargo, siendo 50 preguntas menos que otros años y viendo que en los simulacros con menos de 20 fallos había veces que no llegaba ni al percentil 90 (y eso que sólo era con gente de la academia), estaba convencido que no había nada que hacer.
Mi sorpresa empezó a llegar al meter mi plantilla en las aplicaciones de las academias y ver que, con su corrección, estaba en los primeros puestos. Mi rostro fue de verdadera incredulidad. Es cierto que se empezaba a comentar que el examen de este año había sido difícil para todo el mundo y que se preveía que las notas bajasen, pero no podía creer verme ahí. Fueron pasando los días, salió la plantilla provisional y más gente fue introduciendo sus datos hasta llegar, en ESTIMAPIR, a una muestra de más de 2000 plantillas. Y yo seguía ahí. Anclado en el 3. Ni en mis mejores sueños, hubiese predicho un resultado así. ¿Obtener plaza? Podía llegar a ser, eran muchos años estudiando... ¿Estar ahí arriba y saber que casi seguro estaría dentro desde el día siguiente del examen? Ni por asomo... ¿Falta de confianza en mi mismo? Seguramente...
Pese a todo, quise ser muy prudente, y no decir nada a nadie hasta que no estuviera seguro. No quería pasar, de cara a los demás, por todo ese proceso de: "Las academias me dan tal, pero son estimaciones, y hay no se cuantas plantillas, y aún faltan las impugnaciones y bla, bla, bla...". También quería asimilar yo mismo lo que estaba sucediendo. Al final, acabé haciéndome a la idea de que probablemente obtendría un puesto 4-5, dado que era factible que apareciese a última hora algún examen impecable de alguien que hubiera optado por no enviar su plantilla a las academias. Si ese puesto me parecía ya alucinante, no puedo expresar con palabras lo que me pareció ver las listas y encontrarme el 2.
¡INCREÍBLE!.
¿Cuál ha sido el método de estudio que habéis seguido? (Materiales, manuales, academias, resúmenes, simulacros...)
En todo momento he basado mi estudio en los manuales de academias, tanto de CEDE como de APIR, apoyándome más en unos u otros dependiendo del año y del momento de la preparación. Me parecía más práctico que coger los originales y ponerme yo a resumirlos, sobre todo en las primeras convocatorias. Creo, honestamente, que el material que ofrecen ambas academias, si se domina a la perfección, es más que suficiente para conseguir plaza y mantengo esa opinión a pesar del examen rocambolesco de este año. Al principio elaboraba mis propios resúmenes, pero con el tiempo, decidí abreviar, hacer esquemas solo de las cosas que más me costasen y estudiar directamente de los manuales el resto. En los últimos años, ya por aburrimiento de ver siempre lo mismo, intenté ampliar algo, pero no creo que nada de eso me sirviera para obtener la plaza.
En mi caso, utilicé dos academias porque, en cinco años, te da tiempo a probar todos los métodos habidos y por haber.
Pero no considero a una mejor que la otra, cada una tiene sus puntos fuertes, ambas tienen buenos profesionales, y con cualquiera de ellas, si te preparas a conciencia, se puede conseguir plaza. Yo empecé con CEDE porque en ese momento era la única que conocía. Más tarde pasé a APIR, no porque estuviese descontento con la preparación que estaba siguiendo, sino por tener una perspectiva diferente. Este último año estaba matriculado en APIR, pero al final, tiraba de recursos de ambas, por lo que me considero alumno de las dos (aunque el grueso de la preparación lo he llevado por mi cuenta, pese a hacer uso de sus apuntes y aplicaciones).
Lo que sí considero clave, estudies de la forma que estudies, y con la academia que estudies, es hacer preguntas. Muchas preguntas. De todo tipo: fáciles, difíciles, cortas, largas..., incluso aunque no hayas visto aún esa parte del temario... Creo que es la mejor forma de entrenarte de cara al examen y otra forma de estudiar, más arriesgada, pero más eficaz que leer y leer (sobre todo a partir de cierto momento en el que ya has machado los apuntes unas cuantas veces). Yo intentaba a hacer preguntas todos los días, de todos los sitios que podía: exámenes de convocatoria, simulacros de diferentes academias, participando en los juegos del foro... incluso intentaba elaborar mis propias preguntas, lo cual me obligaba a pensar desde el punto de vista del que las formulaba y en los aspectos más susceptibles de ser preguntados de cada tema.
Lo que no fui capaz nunca es de adscribirme al planning de ninguna academia. Me agobiaba demasiado porque sentía que iba más rápido del tiempo que yo necesitaba para cada asignatura. Yo me sentía más seguro yendo a mi ritmo, aunque me diera tiempo a darle una vuelta menos al temario de las que proponían. Lo que sí hacía era establecerme un calendario, aunque con cierta (mejor dicho, mucha) flexibilidad. Sí había que reestructurarlo 20 veces, lo reestructuraba, pero era importante empezar el día sabiendo lo que "me tocaba" estudiar.
Y por último... ¿cuál creéis que es el secreto para conseguir una plaza?, ¿qué consejos daríais?
Esta es la parte más complicada.
De entrada, no creo que exista ningún secreto ni método infalible. Mejor dicho, sí que existen: tantos como compañeros nos presentamos al examen. Cada uno tenemos una forma de funcionar y lo que para uno puede resultar clave, para otro no serlo. Puede sonar a tópico, pero es así.
Lo que sí considero muy importante, y es el mejor consejo que puedo dar, es que os cuidéis y que escuchéis en todo momento lo que vuestro cuerpo necesita. Preparase el PIR requiere sacrificios, pero hasta cierto punto. Al principio puede que sí, pero llega un punto en el que echar más horas, no garantiza mayor probabilidad de éxito. Al contrario. Tan vital como dedicar tiempo al estudio, es buscarlo para desconectar y para disfrutar con otras cosas que no tengan nada que ver con esto. No se deben descuidar ni las amistades, ni la familia, ni la pareja. No se consigue nada perdiéndose las celebraciones, ni las Navidades, ni quedándose sin vacaciones. Y, si se va a la playa, se va a la playa, nada de llevarse los libros en la maleta. Más importante que el PIR, y que cualquier cosa en la vida, sois vosotros, no lo olvidéis nunca. En mi caso, creo que todo este aspecto es el que se me ha ido de las manos y, si pudiera retroceder en el tiempo y cambiar algo de mi preparación, más que el método de estudio, sería esto lo que cambiaría.
También considero muy importante saber manejar la incertidumbre asociada por defecto a un examen de estas características. Cualquiera que se presenta a esta prueba tiene, como mínimo, unos estudios universitarios. En algunos casos, másters, doctorados e incluso algún tipo de experiencia laboral relacionada con la psicología. En otras palabras, tiene capacidad y base suficiente como para sacar una plaza. Ni el que queda en la posición 3 es más apto que el que se queda el 300, ni el que se lo saca a la séptima convocatoria vale menos que el que se lo saca a la primera. Las circunstancias que nos rodean son las que marcan la diferencia y muchas veces, es la constancia, la templanza, el manejo que hacemos de la frustracción y el cómo respondemos a la incertidumbre asociada, lo que puede hacer incrementar nuestras posibilidades de éxito. Por eso, a todo el que lleve varias convocatorias y se plantee si seguir o no, yo le diría que, si de verdad es lo que quiere, que continúe. Que se tome un tiempo si es necesario antes de volver, que analice qué está fallando, que cambie el método de estudio o la manera de enfocar el problema, pero que siga luchando por ello, porque al final se consigue.